Mi experiencia Jobshadowing en Irlanda - Jesús Mario Cortés. Athenry 6-10 mayo 2019


Muchas han sido las situaciones observadas que merecen ser tenidas en cuenta para trasmitir a nuestra comunidad educativa con el objeto de estimular cambios que podrían tener lugar de manera progresiva en un futuro. Entre ellas cabe destacar los siguientes apuntes generales:
1)      Las ratios de alumnado eran sensiblemente inferiores, entre un rango de (10-20) según el nivel y la asignatura, lo que condiciona en gran medida cualquier cuestión metodológica que pudiese ponerse encima de la mesa. Si en nuestro sistema educativo vamos a seguir considerando aceptables grupos que superen ratios de 30 alumnos, mucho de lo allí apreciado no tiene sentido ni siquiera imaginar.
2)      En el sistema educativo irlandés la enseñanza es obligatoria hasta los 18 años y la  optatividad se ofrecía a todos los alumnos de 12 a 18 años de la siguiente manera: Al principio de curso todos los alumnos disponían de cinco semanas para probar dentro de un horario provisional las 7 asignaturas optativas disponibles entre las cuales se encontraban: trabajos de madera y metal, cocina, música y plástica, español y francés, para después elegir dos de ellas para el resto del curso ya con un horario definitivo. Desde mi punto de vista creo que es una medida que reduce sensiblemente el riesgo de error del alumnado a la hora de elegir las materias que mejor se orientan con sus habilidades e intereses.
3)      No había sirena o timbre para avisar acústicamente del final o principio de las clases y sin embargo prácticamente todo el mundo llegaba a su hora sin retrasos.
4)      Los viernes se anticipaba el final de las clases durante un par de periodos lectivos porque consideraban que esas horas finales de los viernes resultan complicadas de impartir debido al cansancio acumulado del alumnado y posiblemente también del profesorado. Esta medida era posible dado que el horario semanal era de 28 periodos de una hora.
5)      El aula específica para atención a los alumnos con necesidades educativas especiales, la mayor parte de ellos autistas de distintos grados, aunque también con síndrome de Down, estaba integrada en el centro, pero del mismo modo pude apreciar que en el departamento había casi tantos profesores o asistentes educativos como alumnos, para que cada vez que alguno de ellos entrase en un grupo normalizado, siempre tenía al profesional de apoyo dentro del aula junto al profesor especialista de cada asignatura. Me gustaría creer que una fórmula de apoyo así pudiese ser posible algún día en nuestro sistema educativo.
En conclusión, lo aprendido sí ha estado dentro de lo previsto inicialmente y ha cumplido ampliamente las expectativas que me había hecho de una experiencia profesional de estas características. Quizás me quede con el sentimiento agridulce del gran camino que le resta al sistema educativo español para alcanzar algunas de  las características positivas que allí pude apreciar y que me gustaría alguna vez poder encontrar en mi centro de trabajo.




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