Muchas han sido las situaciones
observadas que merecen ser tenidas en cuenta para trasmitir a nuestra comunidad
educativa con el objeto de estimular cambios que podrían tener lugar de manera
progresiva en un futuro. Entre ellas cabe destacar los siguientes apuntes
generales:
1)
Las ratios de alumnado eran sensiblemente
inferiores, entre un rango de (10-20) según el nivel y la asignatura, lo que
condiciona en gran medida cualquier cuestión metodológica que pudiese ponerse
encima de la mesa. Si en nuestro sistema educativo vamos a seguir considerando
aceptables grupos que superen ratios de 30 alumnos, mucho de lo allí apreciado
no tiene sentido ni siquiera imaginar.
2)
En el sistema educativo irlandés la enseñanza es
obligatoria hasta los 18 años y la
optatividad se ofrecía a todos los alumnos de 12 a 18 años de la
siguiente manera: Al principio de curso todos los alumnos disponían de cinco
semanas para probar dentro de un horario provisional las 7 asignaturas
optativas disponibles entre las cuales se encontraban: trabajos de madera y
metal, cocina, música y plástica, español y francés, para después elegir dos de
ellas para el resto del curso ya con un horario definitivo. Desde mi punto de
vista creo que es una medida que reduce sensiblemente el riesgo de error del
alumnado a la hora de elegir las materias que mejor se orientan con sus
habilidades e intereses.
3)
No había sirena o timbre para avisar
acústicamente del final o principio de las clases y sin embargo prácticamente
todo el mundo llegaba a su hora sin retrasos.
4)
Los viernes se anticipaba el final de las clases
durante un par de periodos lectivos porque consideraban que esas horas finales
de los viernes resultan complicadas de impartir debido al cansancio acumulado del
alumnado y posiblemente también del profesorado. Esta medida era posible dado
que el horario semanal era de 28 periodos de una hora.
5)
El aula específica para atención a los alumnos
con necesidades educativas especiales, la mayor parte de ellos autistas de
distintos grados, aunque también con síndrome de Down, estaba integrada en el
centro, pero del mismo modo pude apreciar que en el departamento había casi
tantos profesores o asistentes educativos como alumnos, para que cada vez que
alguno de ellos entrase en un grupo normalizado, siempre tenía al profesional
de apoyo dentro del aula junto al profesor especialista de cada asignatura. Me
gustaría creer que una fórmula de apoyo así pudiese ser posible algún día en
nuestro sistema educativo.
En conclusión, lo aprendido sí ha
estado dentro de lo previsto inicialmente y ha cumplido ampliamente las
expectativas que me había hecho de una experiencia profesional de estas
características. Quizás me quede con el sentimiento agridulce del gran camino
que le resta al sistema educativo español para alcanzar algunas de las características positivas que allí pude
apreciar y que me gustaría alguna vez poder encontrar en mi centro de trabajo.
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