A lo largo de mi participación en el proyecto de ERASMUS+,
he pasado por distintas etapas y por todas las emociones posibles.
Al comienzo, cuando se planteó la posibilidad de hacer un
Erasmus, de salir fuera de España (algo totalmente nuevo para mí), todo era
ilusión y ganas de poder formar parte de este proyecto. La idea de ir a un
lugar extranjero a poder practicar mi inglés (por fin) me hacía sentir feliz y
con muchas ganas de emprender esta aventura. Por ello me decidí a dar el salto
y arriesgarme a probar esta nueva experiencia para mí.
Conforme iba avanzando el proyecto, iba siendo cada vez más
consciente de todo el trabajo que conllevaba (y sobre todo, de todo el trabajo
que había detrás).
Ya una vez que estaba todo arreglado, con fechas elegidas,
la academia y el alojamiento reservado, empezaban a asaltar las dudas de si
sería capaz de viajar yo sola, coger un avión y salir a la aventura de intentar
hacerme entender en un país donde nadie entendería mi lengua nativa.
La noche antes del vuelo, los nervios se apoderaron de mi
estómago y se hizo difícil conciliar el sueño, pero una vez en el aeropuerto
todo parecía ir tomando rumbo.
Una vez en Newcastle recuerdo que no me salían las palabras.
Todo sonaba muy bien en mi cabeza pero no era capaz de transmitirlo con mi voz.
Esto fue hasta que no quedó más remedio que defenderme por mi misma, hablar y
poder comunicarme con la gente de allí.
A raíz de ahí, todo fue cada vez a mejor. Las instalaciones
de la residencia de estudiantes estaban muy bien, la academia repleta de gente
de todas las nacionalidades (por supuesto, con una gran cantidad de españoles)
y poco a poco me fui integrando en el grupo asignado a mi curso.
No se pueden describir con palabras todas las experiencias
nuevas que tuve, la gente tan increíble que conocí y lo mucho que disfruté día
a día de mi estancia por Newcastle.
Finalmente, el último día, me invadió la tristeza, las ganas
de poder disfrutar de aquellas tierras un par de semanas más. Pero como todo lo
bueno, el viaje llegó a su fin.
Al llegar a casa no podía dejar de hablar de todo lo que
había hecho y aprendido, de la gente que había conocido, de cómo esta
experiencia me había hecho crecer como persona.
Todo el esfuerzo y todos los miedos merecieron la pena por
tener una gran sensación que creo imposible que olvide nunca. Me quedo con las
ganas de poder repetir todas las veces que sea posible.
Y, por supuesto, estoy muy agradecida con mis compañeros por
darme la oportunidad de participar en el proyecto y por todo el trabajo que han
hecho, paciencia que han tenido conmigo y ayuda que me han ofrecido en todo
momento.
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